Habíamos llegado esa tarde a Southmouth, o Dormuth o algún mouth o muth al sur de Inglaterra y mi pubertad se delataba con todo entre una nariz desproporcionada y pelo de estropajo. Estábamos mi mamá y yo en un hotel donde el promedio de edad de los huéspedes no era menor a la suma de nuestras edades. Y en ese escenario desolador para un puberto, de pronto pasó por nosotros una señora que nunca había visto en mi vida. Mi mamá tampoco.
Después de cerca de 20 minutos de camino por una pequeña carretera rural del sur inglés, llegamos a una casa extraordinaria al lado de un río. La casa parecía un viejo barco por las maderas y los tonos cálidos que hacían un contraste exacto con el entorno natural y semi oscuro. El río y el bosque y los 16º de una tarde noche de verano.
La cena fue deliciosa, el acento británico hizo que la conversación no fuera tan fluida como agradable, pero la familia que nos recibía en ese momento hizo todo por hacernos sentir como viejos amigos. Como una familia lejana. Y mi Mamá en sus ridículos intentos por imitar el acento, sólo lograba ganarse cada vez más la empatía de estos amigos de unos amigos.
Al final la cena fue de lo más agradable. 1995, difícil establecer un contacto a-posteriori creíble como hoy en día. Seguramente apuntamos direcciones y prometimos cartas que sabíamos de antemano que ninguno esperaría. Y llegamos al hotel de regreso, a dormir.
En este momento estoy en el sofá del departamento de uno de mis mejores amigos en Madrid. Escribo desde una laptop prestada y mañana termina mi vacación. Algo me sucedió en particular en este viaje. Durante todo el recorrido recordé con mucho detalle episodios de viajes pasados. Y con esto la cantidad de personas que en su momento fueron protagonistas y que con el tiempo ya han dejado de formar parte (no alcanzaron a entrar a la etapa "facebook"). Hoy me doy cuenta que fueron muchos más viajes de los que me di cuenta en su momento. Muchos viajes-personas-casas diferentes. Amigos de amigos de amigos. O nuevos amigos-casa-amigos nuevos. De esos que ya no figuran en ninguna lista, o quizás estemos todos presentes, en fotografías aisladas, en anécdotas reinterpretadas, en la asociación de un nombre-nacionalidad-personalidad. En el espacio común, propio o ajeno para ambos, como fue la casa en forma de barco, o como ha sido Jardin 88 para tantas y tantas personas que han podido escribir, en sus memorias de viajes, haber vivido en la casa de Pola.
Jose A. Casas-Alatriste