Tu mirada se presenta como una combinación indecifrable de
laberintos.
O como uno solo de dificultades desmesuradas. De muros y
recovecos casi imposibles.
La manera en que sonríes cuando hablo parece desaparecerlos.
Parece decir que en el fondo todo es un dibujo imaginario. Inexistente o sólo
en mi imaginación.
Quizás tengan razón. Quizás se equivocan. Quizás lo único que
necesitamos sea estar con el otro y confiar. Perdernos en una inercia que se
ahorre las preguntas y se vaya directamente a las respuestas. Una trayectoria atípica.
A prueba de toda lógica. Con los peores momios, pero las mejores ganancias.
Porque aun cuando tus pupilas desprenden un montón de dudas
racionales, también describen un futuro irracional. Cómo la felicidad en estado
puro. Sin lógica ni secuencia. Con trabas y negativas ante el ojo externo. No
el que comparte esta mirada. No el que
recibe ese mensaje cifrado de perpetuidad o sufrimiento. El que puede
comunicarse sin entenderse menos que uno mismo.
Por eso escúchame. No con las palabras ni los oídos. Al revés.
Con todo lo que no se ve porque ahí se esconde lo fundamental. En tu presencia
y la mía y el aliento que a veces tenemos la virtud de compartir.
¿Cómo podemos no dejar que la razón nos predomine en futuros
predecibles?
¿Cómo evitar esas despedidas incómodas?
¿Esos recuerdos que se
suspenden indefinidamente en la duda de lo que pudo haber sido?
Quizás se equivocan al pensar que lo nuestro no puede durar
para siempre. Que el amor en estos casos es finito. Circunstancial. Domado en
su sentido más superficial.
No me atrevo a pensar en un destino tan mediocre. No pienso
que tú tampoco te conformes ante una comodidad tan cortoplacista. Porque quizás
en el fondo, no estoy dispuesto a detenerme con algo menor a lo que tu
representas.
Jose A. Casas-Alatriste