De pronto todo regresó.
Todo empezó a clarificarse, como si en ese preciso momento todo estuviera dando inicio. Como si fuera la conclusión de una búsqueda de muchas vidas. Algunas en círculo. Otras que se rozaron en tangencia, en imaginación, en vidas pasadas que se vuelven las novelas de hoy. Amoríos incomprendidos desde las dos perspectivas. Terror y miedo. Triunfo y crecimiento.
Todo en un hilo conductor que, de manera parcial parece dejarse entrever para construir una historia magnífica. Sin precedentes. Sin explicaciones racionales. Sin principio ni final. En presente continuo.
En las primeras 2 paginas de "La insoportable levedad del ser" Kundera resume de manera magistral el concepto del eterno retorno de Nietzche, que explica que vamos a vivir eternamente la vida que estamos viviendo hoy. Las acciones, las emociones, la violencia o amor que experimentamos día con día no es más que el reflejo de una historia que ha sido repetida eternamente, y así seguirá. Nuestra existencia está condenada (o bendecida?) a repetir incontablemente el berrinche del otro día, ese primer beso que nos hizo sentirnos eternos, todas nuestras ganancias y todas nuestras perdidas. ¿Y el libre albedrío? pues ese ahí estuvo (¿o está?) en el primer ensayo de nuestra vida ad infinitum.
De ahí el sesudo consejo de vivir la vida imaginándonos que así será la eternidad. Vaya conceptazo.
Las respiraciones lo van clarificando todo. No hay recuerdos ni imaginación. No existen alucinaciones ni déjà vus. No existen miedos injustificados o presencias ajenas. Nietzche se quedó corto. Y ¿si la vida a la que se refiere no es únicamente ESTA vida? El eterno retorno pareciera un intento cercano pero lejano a la vez de explicar la permanencia indefinida de nuestra existencia en almas que migran de realidad encarnada con diferentes propósitos. O con un gran propósito.
Vidas complementarias, ascendentes y descendentes en el órden sistemático y exacto del universo.
Y en ese momento mientras salía lentamente de una de las pocas meditaciones en las que había logrado entrar, Diego lo entendió. Un entendimiento complejo pues por primer vez no se centro en el orden de la lógica racional. Miles de contradicciones sustentaban una verdad divina. Así son las verdades divinas. No se apegan a la lógica. La desafían por naturaleza. Por equilibrio, a cada incrédulo le corresponde un crédulo. Y lo más increíble de las verdades divinas, es que por ser absolutas son siempre cambiantes. Su irrefutabilidad es correspondida por su permanente mutación.
Las vidas de todos son las vidas de cada uno. Ahí radica la unidad. En saber, sospechar, que en algún momento nos tocará haber vivido la vida que hoy alguien más está viviendo por nosotros. Y llegar hasta ese punto fue solo el final del principio.
Jose A. Casas-Alatriste