Wednesday, February 12, 2020

Canalización 26 de Enero de 2020

Es un jardín de flores, purpura, blancas. Un jardín perfecto de lirios, con un camino que lo atraviesa, dibujado de piedras meticulosamente colocadas. Un camino de color nácar, rodeado de lirios. La luz del sol está justo al centro de cenit, expansiva en su verticalidad. Al final del camino, sobre un monítculo de pasto verde se encuentra el sabio. 

Está sentado en un trono de madera antiguo, cuidadosamente limado, bruñido hasta el mínimo de sus detalles. El viejo y el trono deben tener más de 150 años. Sostiene la mirada suave, una mirada que me observa, que transmite todo lo que tengo que escuchar. Una mirada que habla. Me recuerda el punto fronterizo entre la vida y la muerte. Una linea manifiesta en el presente, viva este momento, todo el tiempo dentro de nosotros, en el morir de cada célula, en el desvanecimiento de nuestros recuerdos, cuando olvidamos, cuando damos espacio a un nuevo recuerdo, una nueva experiencia. 

Comprendo que la única forma de vivir es morir constantemente. No puedo recordar algo nuevo sin dejar que una memoria desaparezca. No puedo crecer si no mato un hábito nocivo de mi existencia. No puedo florecer, ser feliz y pleno si no dejo morir la razón, el recuerdo, la emoción que me ha mantenido en aflicción. Por tanto, la única manera de vivir es muriendo.

La muerte es el camino que se forma con cada piedra sobre el que la vida posa sus delicados pies, sin sentir frío ni calor, sin sentir que se cae ni tampoco que se eleva. El momento cuando desciende el talón sobre el territorio inerte y continúa el perímetro del empeine. Voy sintiendo la piel hacer contacto con ese cuerpo inmóvil. En ese descanso se manifiesta la vida, en movimiento, en la ligera fricción libre de calor y de frío. El paso es la vida.

El vacío es el único espacio en el que creo. El silencio es el único estado en el que escucho. La virtud no es la ausencia de malos pensamientos, no es la desaparición de la aflicción, ni desterrar el miedo, o disipar el odio. La virtud comienza con el reconocimiento de mi miedo, mi odio, mis limitaciones, y mis malos pensamientos. Es la llama, esa pequeña chispa que enciende cada elemento que habita mi ser. Sombras viven, y no dejarán de vivir en mi realidad humana. El fuego los transmuta, los transforma en acciones que me permiten seguir en movimiento, elevar la última superficie del dedo del pie que me une a la piedra. 

Es en esa separación cuando la virtud impulsa el pie hacia adelante, busca una nueva muerte, para reposar talón, empeine, dedos. Un nuevo momento de estabilidad, una estabilidad en movimiento. Cada uno de mis tejidos, de mis células, de los elementos que van construyendo al ser desde la punta de mis pies, hasta la ultimo cabello de mi cabeza, toman forma, sentido, propósito en su existencia, porque a través de reconocer que están muriendo, pueden vivir en absoluta presencia, en total plenitud, con sentido y en virtud. El andar se convierte en mi descanso. Caminar se convierte en mi propia historia.

El sabio desaparece, y con él desaparece el jardín.  Todo se convierte en un espacio oscuro. Un lugar que sin forma, ni sonido, ni temperatura, ni gravedad. Dentro del negro hay un negro más profundo, con la forma de un frijol, más oscuro que la oscuridad a su alrededor. Se expande, abarca la oscuridad con una nueva oscuridad.

Aparece un felino. Sus ojos, espejo de los míos, se llenan de esta oscuridad más oscura que la oscuridad misma. Mis pies, el olvido. olvidamos los pies que nos dan soporte, olvidamos la tierra que nos da soporte.


Si debo de morir hoy que mi muerte sea el espejo de la forma en que vivo.
Si debo morir hoy que sea la paz la que guíe mi camino al otro lado
Si debo morir hoy que todos los asuntos de la tierra, gracias a su impecabilidad, me permitan transitar sin pendiente, sin apegos.
Si debo morir hoy, que mi camino esté propulsado por todo el amor que acumulé en este bardo.
Si debo morir hoy que mi cuerpo sea admirado como un templo en desuso, de formas que reflejan las virtudes de quien habitó ahí.
Si debo morir hoy que cada segundo de vida entre ahora y ese momento sean instantes de total plenitud.
Y si debo vivir, que toda mi vida, mi espíritu, mi razón y mi conciencia, actúen como si fuera a morir.


Jose A. Casas-Alatriste