Cada nota forma el entorno inexacto de tus ojos
Las vibraciones que le dan contorno a tus pupilas
No necesito verte.
Sabes que te estoy viendo.
Sin necesidad de observarnos,
mas que con la intuición.
Agradezco cada nota y cada voz
como si estuvieran destinados a mover mi alma,
a cuidarla para siempre
a hacerme ver su magnitud
reflejada en la tuya
infinita
para siempre.
Y que regresa a un punto
A la concentración del todo.
Al absoluto vacío compartido.
Iris.
Jose A. Casas-Alatriste
Sin género específico, ordenados como llegan, técnica en desarrollo, con muchas ganas.
Friday, December 25, 2015
Thursday, December 24, 2015
6 Études d'Execution-Lizt
Poco a poco.
Muy cerca del silencio. De las notas a la derecha.
Con el ritmo de las alas de una ave ligera.
Con la impaciencia de quien apenas despierta.
Vuelan cerca de las plantas, las flores que ya se admiran.
De su esencia.
De los pliegos de colores inexactos.
Amarillos, azules, de color turquesa.
Los rayos de sol contagian de alegría.
Van subiendo y las cortezas dibujan mapas.
No son flores de primavera.
Son toboganes de energía que en la magia
Crean.
Otros se asoman y sonríen.
Seres que saben que la noche al fin acabaría.
Visitas seguras de encontrar en las otras
La música que contagia de vida.
La danza combina miradas.
El rocío desaparece con los rayos de sol.
La adrenalina compartida crece
Al fin, ha llegado la reina.
Jose A. Casas-Alatriste
Muy cerca del silencio. De las notas a la derecha.
Con el ritmo de las alas de una ave ligera.
Con la impaciencia de quien apenas despierta.
Vuelan cerca de las plantas, las flores que ya se admiran.
De su esencia.
De los pliegos de colores inexactos.
Amarillos, azules, de color turquesa.
Los rayos de sol contagian de alegría.
Van subiendo y las cortezas dibujan mapas.
No son flores de primavera.
Son toboganes de energía que en la magia
Crean.
Otros se asoman y sonríen.
Seres que saben que la noche al fin acabaría.
Visitas seguras de encontrar en las otras
La música que contagia de vida.
La danza combina miradas.
El rocío desaparece con los rayos de sol.
La adrenalina compartida crece
Al fin, ha llegado la reina.
Jose A. Casas-Alatriste
Thursday, December 17, 2015
The Wheel
Con que ligereza nos tomamos nuestro destino. Si es que a veces nos lo llegamos a considerar del todo.
Somos seres inerciales. Predestinados no por fuerzas superiores sino por las debilidades de nuestros miedos.
Somos seres predecibles, porque seguimos lo pre-definido. Porque admiramos la autenticidad ajena y nos aterra la propia.
Somos seres destinados a fracasar, no porque no logremos algunas metas mundanas de éxito y dinero o una familia semi disfuncional. Somos seres destinados a fracasar porque olvidamos con facilidad. Olvidamos lo esencial. Y en lo esencial está nuestra realización.
Quizás estemos destinados como raza a la violencia y miedo que nosotros mismos coadyuvamos en vendernos porque eso es lo que nos aterra desde lo más profundo. Porque a eso estamos acostumbrados. A ver el toro y sentir miedo. Nunca agarrarlo por los cuernos, al hijo de puta.
Y así nos pasamos la vida, viendo nuestra propia existencia como espectadores, desde los burladeros, quejandonos de nuestras circunstancias y nuestro entorno como hablamos de los otros. Sufriendo de manera consciente las realidades que construimos de manera inconsciente. Repitiéndonos cómo todo el universo ha conspirado para que las cosas no resulten como soñábamos. Y lo último que hemos hecho ha sido escuchar al universo cuando se manifiesta, sí, en esos sueños.
Y hablamos de destino, que las cosas pasan por algo, y de que todo es perfecto y que si lo que esperamos no sucede o sucede mal al final es por algo, por otro bien, por que quizás evitamos una catástrofe. Y con esa mentalidad pasiva y compasiva en el sentido menos funcional hacia nosotros mismos creemos que no tenemos ningún papel en el destino que nos forjamos, porque al final somos irrelevantes en este mar de personas que sufren y batallan y se traumatizan y se deprimen todos los días igual que nosotros. Por lo que no somos. Por lo que no tenemos.
Lo que me ha quedado claro hace muy poquito tiempo es que el destino no conspira en nuestra contra. De hecho nuestro destino está ahí. Tranquilito, esperando a ver en qué momento nos agarramos los huevos y lo volteamos a ver a los ojos. Y ojo, no es fácil. Porque nuestro destino nos requiere de muchas cosas que no nos gusta ni imaginarnos. La primera, la responsabilidad. Una vez que ves tu destino a los ojos, el destino eres tú, y la responsabilidad de los resultados no son de nadie más. La segunda, la congruencia. Esa palabra que nos cuesta tanto trabajo imaginar, porque lo que implica en hechos siempre se suaviza con la absurda analogía de voltear a los demás y sentirnos que no lo hacemos tan mal. Pero eso no es congruencia. Congruencia es saber que al agarrar a tu destino de los huevos, el destino te tiene agarrado de la misma manera. Y que todo lo que hagas para alcanzarlo te va a llevar ahí, pero que todo lo que decidas ignorar, regresar al estado sedado de víctima y miedo, invariablemente te va a alejar de él. Y las aflicciones y miedos se convertirán en dolor y tristeza.
Por eso ver a los ojos al destino, y comprometerte con él, implica un proceso tan doloroso, en el que entendemos que lo estamos perdiendo todo, vida, pareja, relaciones, amistades, trabajo, negocios, porque en esas pantallas de aflicción y apego se esconden nuestros mayores miedos. Y al derrumbarlos nos quedamos desnudos frente a la nada. Frente a los ojos de quién sólo puede juzgarnos. La única existencia quien finalmente sabrá si lo logramos o fracasamos. Los ojos del destino al final del día no son otra cosa más que los ojos de nosotros mismos. Y como el destino ya fue y vino, serán los ojos con los que nos veremos en ese instante preciso de paz o de juicio, en el que nos separemos de la vida para volvernos eternos.
Jose A. Casas-Alatriste
Somos seres inerciales. Predestinados no por fuerzas superiores sino por las debilidades de nuestros miedos.
Somos seres predecibles, porque seguimos lo pre-definido. Porque admiramos la autenticidad ajena y nos aterra la propia.
Somos seres destinados a fracasar, no porque no logremos algunas metas mundanas de éxito y dinero o una familia semi disfuncional. Somos seres destinados a fracasar porque olvidamos con facilidad. Olvidamos lo esencial. Y en lo esencial está nuestra realización.
Quizás estemos destinados como raza a la violencia y miedo que nosotros mismos coadyuvamos en vendernos porque eso es lo que nos aterra desde lo más profundo. Porque a eso estamos acostumbrados. A ver el toro y sentir miedo. Nunca agarrarlo por los cuernos, al hijo de puta.
Y así nos pasamos la vida, viendo nuestra propia existencia como espectadores, desde los burladeros, quejandonos de nuestras circunstancias y nuestro entorno como hablamos de los otros. Sufriendo de manera consciente las realidades que construimos de manera inconsciente. Repitiéndonos cómo todo el universo ha conspirado para que las cosas no resulten como soñábamos. Y lo último que hemos hecho ha sido escuchar al universo cuando se manifiesta, sí, en esos sueños.
Y hablamos de destino, que las cosas pasan por algo, y de que todo es perfecto y que si lo que esperamos no sucede o sucede mal al final es por algo, por otro bien, por que quizás evitamos una catástrofe. Y con esa mentalidad pasiva y compasiva en el sentido menos funcional hacia nosotros mismos creemos que no tenemos ningún papel en el destino que nos forjamos, porque al final somos irrelevantes en este mar de personas que sufren y batallan y se traumatizan y se deprimen todos los días igual que nosotros. Por lo que no somos. Por lo que no tenemos.
Lo que me ha quedado claro hace muy poquito tiempo es que el destino no conspira en nuestra contra. De hecho nuestro destino está ahí. Tranquilito, esperando a ver en qué momento nos agarramos los huevos y lo volteamos a ver a los ojos. Y ojo, no es fácil. Porque nuestro destino nos requiere de muchas cosas que no nos gusta ni imaginarnos. La primera, la responsabilidad. Una vez que ves tu destino a los ojos, el destino eres tú, y la responsabilidad de los resultados no son de nadie más. La segunda, la congruencia. Esa palabra que nos cuesta tanto trabajo imaginar, porque lo que implica en hechos siempre se suaviza con la absurda analogía de voltear a los demás y sentirnos que no lo hacemos tan mal. Pero eso no es congruencia. Congruencia es saber que al agarrar a tu destino de los huevos, el destino te tiene agarrado de la misma manera. Y que todo lo que hagas para alcanzarlo te va a llevar ahí, pero que todo lo que decidas ignorar, regresar al estado sedado de víctima y miedo, invariablemente te va a alejar de él. Y las aflicciones y miedos se convertirán en dolor y tristeza.
Por eso ver a los ojos al destino, y comprometerte con él, implica un proceso tan doloroso, en el que entendemos que lo estamos perdiendo todo, vida, pareja, relaciones, amistades, trabajo, negocios, porque en esas pantallas de aflicción y apego se esconden nuestros mayores miedos. Y al derrumbarlos nos quedamos desnudos frente a la nada. Frente a los ojos de quién sólo puede juzgarnos. La única existencia quien finalmente sabrá si lo logramos o fracasamos. Los ojos del destino al final del día no son otra cosa más que los ojos de nosotros mismos. Y como el destino ya fue y vino, serán los ojos con los que nos veremos en ese instante preciso de paz o de juicio, en el que nos separemos de la vida para volvernos eternos.
Jose A. Casas-Alatriste
Monday, December 07, 2015
Strategie de la Rupture
¿Cuantas veces nos colapsamos en el mismo espacio, con las mismas personas, con el común denominador de la emoción que resulta?
En la parábola que pareciera construir espirales de vida, en las existencias paralelas, las intersecciones son inevitables, como dos anillos que están entrelazados y que hubieran sido expulsados violentamente al vacío sin una órbita precisa. Sin una trayectoria específica pero en movimiento eterno.
Las circunferencias imprecisas chocan, se colapsan alejándose de un lado para sostenerse del otro. Como si la violenta ruptura irremediablemente estuviera acompañada de un apoyo correspondido que las mantiene en órbita. En trayectoria.
La mañana era fría. Las personas se acomodaban poco a poco en el salón. Ya no existían secretos pues era el 6to mes que se encontraban en ese espacio. Para ese momento ya todos habían pasado por diferentes procesos en los que la palabra vulnerabilidad era una sensación compartida muchas veces y por todos. Aunque los secretos de otras dimensiones a veces se mantienen así. En secreto.
¿Hace cuanto estaba escrito el mensaje que sólo podría transmitirse a través de esas notas musicales? Siempre una canción hermosa para iniciar. Eso sí. Pero esta vez tenía matices diferentes. La canción resonaba mucho más adentro. No tardé en sentarme y experimentar. La música la reconocían todas mis células así como el mensaje. Finalmente estarás en paz. Finalmente hemos llegado. O es a penas el inicio, pero ya no importa.
La emoción contenida, la emoción repetida que hoy se volvía a manifestar, en el contacto suave pero impecable de los aros de existencia, resonaba en dimensiones inexplicables en el lenguaje y barreras de esta vida. Pero surgía con toda su veracidad desde lo más profundo de lo más esencial de cada célula. Y las lágrimas, que condensaban las felicidades de otras vidas en esta, empezaron a salir sin reparo. Porque ya habíamos estado aquí. Porque ya nos habíamos compartido este mensaje. Y en todas las probabilidades existenciales, en todas las encarnaciones posibles y en todos los universos y formas, habíamos logrado encontrarnos de nuevo. De eso ya no había duda. Y entendiendo que como aros entrelazados nuestro destino estaba obligado a chocar, alejarnos en direcciones opuestas, con cada nota de ese piano imperfecto, y esa voz impecable de una canción de 1991, quedó claro también que la velocidad con la que otras experiencias nos habían lanzado en direcciones opuestas era proporcional a la prontitud con la que volveríamos a estar juntos.
Jose A. Casas-Alatriste
En la parábola que pareciera construir espirales de vida, en las existencias paralelas, las intersecciones son inevitables, como dos anillos que están entrelazados y que hubieran sido expulsados violentamente al vacío sin una órbita precisa. Sin una trayectoria específica pero en movimiento eterno.
Las circunferencias imprecisas chocan, se colapsan alejándose de un lado para sostenerse del otro. Como si la violenta ruptura irremediablemente estuviera acompañada de un apoyo correspondido que las mantiene en órbita. En trayectoria.
La mañana era fría. Las personas se acomodaban poco a poco en el salón. Ya no existían secretos pues era el 6to mes que se encontraban en ese espacio. Para ese momento ya todos habían pasado por diferentes procesos en los que la palabra vulnerabilidad era una sensación compartida muchas veces y por todos. Aunque los secretos de otras dimensiones a veces se mantienen así. En secreto.
¿Hace cuanto estaba escrito el mensaje que sólo podría transmitirse a través de esas notas musicales? Siempre una canción hermosa para iniciar. Eso sí. Pero esta vez tenía matices diferentes. La canción resonaba mucho más adentro. No tardé en sentarme y experimentar. La música la reconocían todas mis células así como el mensaje. Finalmente estarás en paz. Finalmente hemos llegado. O es a penas el inicio, pero ya no importa.
La emoción contenida, la emoción repetida que hoy se volvía a manifestar, en el contacto suave pero impecable de los aros de existencia, resonaba en dimensiones inexplicables en el lenguaje y barreras de esta vida. Pero surgía con toda su veracidad desde lo más profundo de lo más esencial de cada célula. Y las lágrimas, que condensaban las felicidades de otras vidas en esta, empezaron a salir sin reparo. Porque ya habíamos estado aquí. Porque ya nos habíamos compartido este mensaje. Y en todas las probabilidades existenciales, en todas las encarnaciones posibles y en todos los universos y formas, habíamos logrado encontrarnos de nuevo. De eso ya no había duda. Y entendiendo que como aros entrelazados nuestro destino estaba obligado a chocar, alejarnos en direcciones opuestas, con cada nota de ese piano imperfecto, y esa voz impecable de una canción de 1991, quedó claro también que la velocidad con la que otras experiencias nos habían lanzado en direcciones opuestas era proporcional a la prontitud con la que volveríamos a estar juntos.
Jose A. Casas-Alatriste
Subscribe to:
Posts (Atom)