¿Cuantas veces nos colapsamos en el mismo espacio, con las mismas personas, con el común denominador de la emoción que resulta?
En la parábola que pareciera construir espirales de vida, en las existencias paralelas, las intersecciones son inevitables, como dos anillos que están entrelazados y que hubieran sido expulsados violentamente al vacío sin una órbita precisa. Sin una trayectoria específica pero en movimiento eterno.
Las circunferencias imprecisas chocan, se colapsan alejándose de un lado para sostenerse del otro. Como si la violenta ruptura irremediablemente estuviera acompañada de un apoyo correspondido que las mantiene en órbita. En trayectoria.
La mañana era fría. Las personas se acomodaban poco a poco en el salón. Ya no existían secretos pues era el 6to mes que se encontraban en ese espacio. Para ese momento ya todos habían pasado por diferentes procesos en los que la palabra vulnerabilidad era una sensación compartida muchas veces y por todos. Aunque los secretos de otras dimensiones a veces se mantienen así. En secreto.
¿Hace cuanto estaba escrito el mensaje que sólo podría transmitirse a través de esas notas musicales? Siempre una canción hermosa para iniciar. Eso sí. Pero esta vez tenía matices diferentes. La canción resonaba mucho más adentro. No tardé en sentarme y experimentar. La música la reconocían todas mis células así como el mensaje. Finalmente estarás en paz. Finalmente hemos llegado. O es a penas el inicio, pero ya no importa.
La emoción contenida, la emoción repetida que hoy se volvía a manifestar, en el contacto suave pero impecable de los aros de existencia, resonaba en dimensiones inexplicables en el lenguaje y barreras de esta vida. Pero surgía con toda su veracidad desde lo más profundo de lo más esencial de cada célula. Y las lágrimas, que condensaban las felicidades de otras vidas en esta, empezaron a salir sin reparo. Porque ya habíamos estado aquí. Porque ya nos habíamos compartido este mensaje. Y en todas las probabilidades existenciales, en todas las encarnaciones posibles y en todos los universos y formas, habíamos logrado encontrarnos de nuevo. De eso ya no había duda. Y entendiendo que como aros entrelazados nuestro destino estaba obligado a chocar, alejarnos en direcciones opuestas, con cada nota de ese piano imperfecto, y esa voz impecable de una canción de 1991, quedó claro también que la velocidad con la que otras experiencias nos habían lanzado en direcciones opuestas era proporcional a la prontitud con la que volveríamos a estar juntos.
Jose A. Casas-Alatriste
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