Saturday, July 03, 2010

El Sandwich, 16 años despúes.

Para Arne Espejel, Murielle (DEP).

(leer con A little Soul de Pulp (Kid Loco Mix)


Pocas veces me había pasado de manera tan clara. Hace algunas horas en la Estación Montparnasse, lo vi. Lo pedí. Y me lo fui comiendo a mordidas de recuerdos nítidos como la fuerza que obliga la mandíbula. Un sabor claro pero distante. Diferente a lo habitual pero habitual de antaño.


Eran mañanas de especial emoción. Y ojalá los seres humanos lográramos conservar el sentido de emoción que se tiene en la infancia consiente, que se acentúa en la adolescencia inquieta, y que, conforme las vivencias se suman a las experiencias, y las sorpresas a repeticiones, se va diluyendo en otro sentimiento más gris, más aburrido. Lo esperado. Lo cotidiano aunque no lo sea. Pero regreso a esas mañanas nevadas, donde nos disponíamos a completar la ruta trazada la noche anterior. Subir por la montaña de La Chapelle, bajar por Morzine, quizás alcanzar Suiza por Avoriaz. Ahí estaba, casi todos los sábados y domingos. La baguette, algunas barras de mantequilla, salami (o saucisson), y pepinillos. Un enrome Sandwich que iban a ser devorado en lo alto de alguna montaña suizo-francesa. Junto con amigos que nunca dejan de ser amigos, por conocer esas experiencias indescriptibles, imposibles de platicar a quien no lo vivió. El salto espectacular, la caída mortal, la velocidad autentica, el riesgo incalculable, o lo que en su momento toma los tintes de aventura y adrenalina.

Hoy, comiéndome ese Sandwich, en el mismo país, a 16 años de distancia, regresaron los momentos más agradables de ese año. Las caminatas con espectaculares vistas a las montañas, la recién iniciada y reveladora vida de adolecente, los besos interminables que parecían insuperables. El amor en su significado más honesto. La conciencia de ser libre, ser otro, ser Grande con G mayúscula. Los viajes con los amigos, el idioma como barrera y reto. De nuevo en la estación, me encuentro alerta -el sitio está repleto de vacacionistas- tratando de encontrar una cara familiar, algún compañero de ese entonces, cruzarme por casualidad con un par de ojos que me hicieran sentirte nervioso de nuevo. O un amigo de esos que desaparecen con los años.

Y sin miradas ni reconocimientos, ni saludos inesperados, más bien acompañado de lo que hoy son recuerdos borrosos con increíbles manchas de nitidez, me subo al tren. Feliz de disfrutar durante un par de horas el trayecto inspirador del paisaje cambiante, de las miradas cruzadas, acompañado de canciones que parecen sonorizar todo esto como un documental auto narrado. Todo, sin muchos cambios, a lo que fueron esos viajes a los 14. Equiparables en su sabor, como el sándwich, con más melancolía que adrenalina, pero con un ingrediente elemental del primero: la felicidad de volver a estar.

Jose A. Casas-Alatriste

1 comment:

LAS4VAM said...

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